lunes, 7 de septiembre de 2020

 

 

La Esperanza sigue

 Eeyuma’ari se encontraba dormida, su cuerpo estaba relajado acurrucado hacia la espalda de su mamá.  Era un día soleado y la temperatura del agua superficial era de unos 30 grados, realmente caliente. 

 Eeyuma’ari había nacido apenas unas horas atrás, sus padres estaban cansados de las labores diarias de sobrevivencia, ellos eran parte de los últimos de su especie en el mundo.  Su población se encontraba en las proximidades de la extinción; no más de 30 individuos, quizá 40 en total.

La vida de sus padres era una constante batalla entre enemigos formidables, los seres como los tiburones blancos que se alimentaban de ellos, y las enormes mallas elásticas, invisibles para ellos que aparecían constantemente en medio de sus rutas de navegación para atraparlos, sin permitirles subir a la superficie para respirar, los hundían poco a poco por el peso de la malla.  

La desesperación de querer salir, escapar de esos hilos que se enredaban en todo el cuerpo, en sus aletas pectorales, su aleta caudal,para restringir cada vez más sus movimientos hasta que exhaustos y sin aire en sus pulmones morían de asfixia.

Sus padres habían visto y vivido esa escena infinidad de veces, de alguna forma su radar no podía identificar esas murallas invisibles; sus ojos nunca fueron del todo buenos pero los hilos se confundían con el azul turquesa de las aguas de su mar aquel mar bermejo, El Mar de Cortez.

Lo único que podían ver eran peces totoaba enmallados, cada vez que los descubrían así, Papá y Mamá se ponían atentos y tanteaban el área con mucho cuidado, pero a veces las mallas se extendían por infinidad de metros y aun cuando eran extremadamente cautelosos, algunos otros seguían siendo atrapados.

Esta vez era una ocasión de júbilo,  Eeyuma’ari había nacido, y con ella, la esperanza se incrementaba.  Papá y Mamá estaban felices y a la vez, conscientes de la inmensa responsabilidad que se  presentaba ante ellos. 

 Eeyuma’ari despertó y empezó a moverse para tomar la leche de Mamá, una vez que su hambre se sació comenzó a nadar alrededor de ella descubriendo poco a poco, los alrededores, tocando con su nariz y su boca las piedras, las arenas, los pastos submarinos que se extendían en el fondo.

Todas las sensaciones eran nuevas y exquisitas, la forma en que el agua se deslizaba sobre su cuerpo, la forma en que aleteaba comenzando desde la punta de su nariz hasta la cola; ese movimiento ondulante un poco espasmódico, que delataba la falta de coordinación de un recien nacido nadando en este mundo líquido, viendo, obesrvando y conociendo a Mamá y a Papá.

 Eeyuma’ari de pronto sintió que Mamá se situaba debajo de ella y con gentileza la subía a la superficie para exponer su orificio nasal y esperar que  Eeyuma’ari soltara el aire usado de sus pulmones y respirar por primera vez llenando su cavidad torácica con aire rico en oxígeno.

El estímulo del oxígeno la llenaba de cierta felicidad y gusto por nadar más rápido alrededor de Mamá mientras que Papá se encontraba un poco a la distancia vigilante, sabía perfectamente lo tremendamente hermoso y terrorífico que el inconmensurable océano podía ser.  Los peligros que eran aparentes y los que no.  Lo bello y mortal, lo beneficioso y tolerable.

 Eeyuma’ari tendría que aprender rápido, no tenían ya mucho tiempo…