La Esperanza
sigue
Eeyuma’ari se
encontraba dormida, su cuerpo estaba relajado acurrucado hacia la
espalda de su mamá. Era un dÃa soleado y
la temperatura del agua superficial era de unos 30 grados, realmente
caliente.
Eeyuma’ari
habÃa nacido apenas unas horas atrás, sus padres estaban cansados de las labores diarias de sobrevivencia, ellos eran parte
de los últimos de su especie en el mundo.
Su población se encontraba en las proximidades de la extinción; no más
de 30 individuos, quizá 40 en total.
La vida de sus padres era una constante batalla entre enemigos formidables, los seres como los tiburones blancos que se alimentaban de ellos, y las enormes mallas elásticas, invisibles para ellos que aparecÃan constantemente en medio de sus rutas de navegación para atraparlos, sin permitirles subir a la superficie para respirar, los hundÃan poco a poco por el peso de la malla.
La desesperación de querer salir, escapar de esos hilos que se
enredaban en todo el cuerpo, en sus aletas pectorales, su aleta caudal,para restringir cada vez más sus movimientos hasta que exhaustos y sin aire en
sus pulmones morÃan de asfixia.
Sus padres habÃan visto y vivido esa escena infinidad
de veces, de alguna forma su radar no podÃa identificar esas murallas invisibles; sus ojos nunca fueron del todo buenos pero los hilos se confundÃan
con el azul turquesa de las aguas de su mar aquel mar bermejo, El Mar de Cortez.
Lo único que podÃan ver eran peces totoaba enmallados, cada
vez que los descubrÃan asÃ, Papá y Mamá se ponÃan atentos y tanteaban el área con mucho cuidado,
pero a veces las mallas se extendÃan por infinidad de metros y aun cuando eran extremadamente cautelosos, algunos otros seguÃan siendo atrapados.
Esta vez era una ocasión de júbilo, Eeyuma’ari habÃa nacido, y con ella, la
esperanza se incrementaba. Papá y Mamá
estaban felices y a la vez, conscientes de la inmensa responsabilidad que
se presentaba ante ellos.
Eeyuma’ari
despertó y empezó a moverse para tomar la leche de Mamá, una vez que su hambre
se sació comenzó a nadar alrededor de ella descubriendo poco a poco, los
alrededores, tocando con su nariz y su boca las piedras, las arenas, los pastos
submarinos que se extendÃan en el fondo.
Todas las sensaciones eran nuevas y exquisitas, la
forma en que el agua se deslizaba sobre su cuerpo, la forma en que aleteaba
comenzando desde la punta de su nariz hasta la cola; ese movimiento ondulante
un poco espasmódico, que delataba la falta de coordinación de un recien nacido nadando en
este mundo lÃquido, viendo, obesrvando y conociendo a Mamá y a Papá.
Eeyuma’ari de
pronto sintió que Mamá se situaba debajo de ella y con gentileza la subÃa a la
superficie para exponer su orificio nasal y esperar que Eeyuma’ari soltara el aire usado de sus
pulmones y respirar por primera vez llenando su cavidad torácica con aire rico
en oxÃgeno.
El estÃmulo del oxÃgeno la llenaba de cierta felicidad
y gusto por nadar más rápido alrededor de Mamá mientras que Papá se encontraba
un poco a la distancia vigilante, sabÃa perfectamente lo tremendamente hermoso
y terrorÃfico que el inconmensurable océano podÃa ser. Los peligros que eran aparentes y los que
no. Lo bello y mortal, lo beneficioso y
tolerable.
Eeyuma’ari
tendrÃa que aprender rápido, no tenÃan ya mucho tiempo…
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